Las
paredes se iban estrechando a cada segundo, la atmósfera le
oprimía, pinchazos de dolor atravesaban su pecho. Miró a su
alrededor, sus ojos buscaban desesperadamente una salida, sin
embargo, no conseguía distinguir nada con claridad . La oscuridad le
rodeaba, le acosaba, las sobras tomaban las formas de sus demonios,
burlándose de ella. Cerró los ojos.
Intentó
silenciarlos. Enmudecerlos. Pero sus risas no hacían más que
aumentar, penetrando en sus oídos, recordándole sus errores. Y
chilló, chilló con todas las fuerzas que le quedaban, un grito
atroz, impregnado tanto por el miedo como por la ira, un grito final,
un grito de guerra. Y de rendición.
Volvió
a mirar a su alrededor. Las tinieblas habían recobrado su forma,
pero seguían ahí, esperando el siguiente instante de flaqueza, que
no tardaría en llegar. Se desplomó en la cama, extenuada, sabía
que la próxima vez no sería capaz, la próxima vez se dejaría
llevar. Ya no tenía por lo que luchar, ni fuerzas para ello. Cerró
los ojos.
I.
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