miércoles, 15 de octubre de 2014

Adiós.

Sigo sin encontrar un motivo por el que hacer esto más que el propio desgarro del ser. ¿Y acaso hay algo que merezca más la pena? Dudo que más de una, o quizá de dos, personas comprendan lo que aquí expongo.
En primer lugar, quiero dejar claro que nadie salvo yo es el causante de esto, permitid que me quede con el mérito. Supongo que cualquier otro hubiera seguido adelante sin muchas perturbaciones. Pero yo no. Tampoco es por estudiar, o no, física, sino, básicamente, porque el sueño principal de mi vida, y este era en lo único que me refugiaba, era el absoluto conocimiento, y para conseguirlo, la inmortalidad es fundamental. así como algún método de transporte a través del espacio que no requiera años para ir a la puerta del vecino de enfrente, ni que este subyugado por las leyes del tiempo que nos imponen a todos avanzar hacia delante al mismo ritmo. Podrá sonar como sea, pero era así, ese era mi sueño, el poder ver el Universo en todo su esplendor, el llegar a comprender el tiempo y como funciona este. Y para ello, debía estudiar física. No puedo resignarme a una vida "normal", a un trabajo y una familia, a vivir en el mismo sitio toda mi vida, no puedo, para mí, es preferible antes la muerte. Pese a lo que siempre he dicho, mejor la nada eterna que el sufrimiento temporal. No podía seguir mi vida esperando ver cumplidos algún día mis sueños, pues sé que si no hago lo que yo mismo considere correcto jamás sucederá esto. Lo siento, pero es así. La mayoría de vosotros, incluso los que os sentís verdaderamente plenos con vuestra vida, me dais pena, incluso aunque sienta envidia por estos últimos, pues os cegáis vosotros mismos a todo lo que os rodea, a la naturaleza de vuestra propia existencia. Me gustaría haber tenido más tiempo para hacer esto, para despedirme de las personas que considero necesario, así como para plasmar todos mis pensamientos, incluso aquellos más oscuros, en alguna parte, pero no ha sido así, el tiempo, ironicamente, me limita.

martes, 14 de octubre de 2014

Defraudado.

Sus ojos se abrieron lentamente y comenzó a vislumbrar grises siluetas, aquello era todo lo que podía ver desde hacía semanas. La ceguera se había cebado con él a un ritmo descontrolado, pero no podía quejarse, era lo propio de la edad, se decía a sí mismo. Sin embargo no lo aceptaba, no interiormente, él no iba a morir, no podía, siempre había tenido esa seguridad, sin embargo ahora quién lo diría. Más parecía un muerto que un vivo, sin apenas movilidad o fuerzas para incorporarse siquiera. Pero aún así. No. Él no. No podía, no debía aceptar que la muerte quisiera venir a llevárselo. Él, que pensaba que la había seducido para que le dejara tranquilo, que no envejecería y viviría para siempre. Pobre iluso. Pobre ignorante. La muerte no perdonaba a nadie, y él no iba a ser ninguna excepción. Volvió a cerrar los ojos, prefería pensar que no veía por propia voluntad de no abrirlos que por imposición de los años. Años, la cuenta se le hacía larga, pero era apenas una miseria, la vida de un humano corriente, ni un solo segundo más de cortesía. De nuevo, y tal y como llevaba haciendo desde hacía tiempo, se embarcó en las ensoñaciones de todo aquello que jamás vería. Nebulosas, civilizaciones desconocidas, planetas fulgurantes, agujeros negros, razas inimaginables. Hasta llegar a los límites del universo dentro de su imaginación. Vagaba como un ente entre galaxias, supernovas, y quásares, toda la belleza del cosmos le rodeaba. Inspiró profundamente admirando la belleza, así como la inmensidad de todo aquello, y muy lentamente, como si aún se negara a creerlo, exhaló su último aliento.


14/10/14

El cuentacuentos.

El bardo siguió su camino, marchándose sin despedirse, pues, ¿qué más daba? Les había regalado una historia que atesorarían como si fuera oro, pese a que, seguramente, al despertar ya no la recordaran, pero aún así la contarían. Eso era lo bueno de las historias, ¿no?
El sol aún no había salido, pero ya iluminaba el cielo de un pálido azul. El frío calaba bajo las capas de pieles que llevaba como abrigo. Le esperaba un largo camino, un camino sin fin, pues jamás podría acabarlo. Esa era la maldición, y al mismo tiempo suerte, de la gente como él, los cuentacuentos. Podría caminar sin descanso mil años y nunca llegaría a su destino, nunca tendría un hogar ni un lugar en el que quedarse a morir, el mundo entero era suyo, pero así mismo, él era del mundo entero, su alma se hallaba repartida entre las miles de personas que habían oído sus historias. Pero ese era su sueño, Fragmentarse hasta el punto de que ya no quedara nada de sí mismo. Ya ni la noche con sus horribles monstruosidades ni los hombres con su brutalidad le producían pavor alguno, los conocía, sabía cómo eran los humanos, y sabía, mejor que nadie, como era la noche, ya que esta había sido su hogar de retiro en innumerables ocasiones. Pero aún así, no se atrevía a decir adiós, siempre se marchaba bajo la bruma de la oscuridad previa al amanecer o entre promesas de que regresaría. Y jamás miraba atrás. No era su intención romper su palabra, pero sabía que aunque quisiera, sería su propia naturaleza la que se lo impediría. No era de los que regresaban, no era capaz, no debía aferrarse a nada (ni a nadie) salvo a sus historias, vivía por y para ellas, pues eran lo único que poseía, siendo estas más valiosas que todo el oro que los hombres pudieran ansiar. Las historias le mantenían con vida, y él hacía lo mismo con ellas.

14/10/14


El sol nacía de nuevo, como cada día, calentando las verdes praderas y ahuyentando con su luz la oscuridad de todos los rincones a los que alcanzaba. Sus largos brazos desperezaban acariciando las mejillas de aquellos que esperaban su llegada. El nuevo día ha llegado, de nuevo a la vida podemos volver, diciendo adiós a las tinieblas. Sin embargo no todo agradece la majestuosidad del sol, hay a quien solo le sirve para recordarle que el resto siguen vives, que en ellos la oscuridad la puede ahuyentar un poco de luz, y no al revés. Luz. Ojalá fuera tan sencillo para todos, ¿no?

14/10/14