Sus ojos se abrieron
lentamente y comenzó a vislumbrar grises siluetas, aquello era todo lo que
podía ver desde hacía semanas. La ceguera se había cebado con él a un ritmo
descontrolado, pero no podía quejarse, era lo propio de la edad, se decía a sí
mismo. Sin embargo no lo aceptaba, no interiormente, él no iba a morir, no
podía, siempre había tenido esa seguridad, sin embargo ahora quién lo diría.
Más parecía un muerto que un vivo, sin apenas movilidad o fuerzas para
incorporarse siquiera. Pero aún así. No. Él no. No podía, no debía aceptar que
la muerte quisiera venir a llevárselo. Él, que pensaba que la había seducido
para que le dejara tranquilo, que no envejecería y viviría para siempre. Pobre
iluso. Pobre ignorante. La muerte no perdonaba a nadie, y él no iba a ser
ninguna excepción. Volvió a cerrar los ojos, prefería pensar que no veía por
propia voluntad de no abrirlos que por imposición de los años. Años, la cuenta
se le hacía larga, pero era apenas una miseria, la vida de un humano corriente,
ni un solo segundo más de cortesía. De nuevo, y tal y como llevaba haciendo
desde hacía tiempo, se embarcó en las ensoñaciones de todo aquello que jamás
vería. Nebulosas, civilizaciones desconocidas, planetas fulgurantes, agujeros
negros, razas inimaginables. Hasta llegar a los límites del universo dentro de
su imaginación. Vagaba como un ente entre galaxias, supernovas, y quásares,
toda la belleza del cosmos le rodeaba. Inspiró profundamente admirando la
belleza, así como la inmensidad de todo aquello, y muy lentamente, como si aún
se negara a creerlo, exhaló su último aliento.
14/10/14
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