martes, 14 de octubre de 2014

Defraudado.

Sus ojos se abrieron lentamente y comenzó a vislumbrar grises siluetas, aquello era todo lo que podía ver desde hacía semanas. La ceguera se había cebado con él a un ritmo descontrolado, pero no podía quejarse, era lo propio de la edad, se decía a sí mismo. Sin embargo no lo aceptaba, no interiormente, él no iba a morir, no podía, siempre había tenido esa seguridad, sin embargo ahora quién lo diría. Más parecía un muerto que un vivo, sin apenas movilidad o fuerzas para incorporarse siquiera. Pero aún así. No. Él no. No podía, no debía aceptar que la muerte quisiera venir a llevárselo. Él, que pensaba que la había seducido para que le dejara tranquilo, que no envejecería y viviría para siempre. Pobre iluso. Pobre ignorante. La muerte no perdonaba a nadie, y él no iba a ser ninguna excepción. Volvió a cerrar los ojos, prefería pensar que no veía por propia voluntad de no abrirlos que por imposición de los años. Años, la cuenta se le hacía larga, pero era apenas una miseria, la vida de un humano corriente, ni un solo segundo más de cortesía. De nuevo, y tal y como llevaba haciendo desde hacía tiempo, se embarcó en las ensoñaciones de todo aquello que jamás vería. Nebulosas, civilizaciones desconocidas, planetas fulgurantes, agujeros negros, razas inimaginables. Hasta llegar a los límites del universo dentro de su imaginación. Vagaba como un ente entre galaxias, supernovas, y quásares, toda la belleza del cosmos le rodeaba. Inspiró profundamente admirando la belleza, así como la inmensidad de todo aquello, y muy lentamente, como si aún se negara a creerlo, exhaló su último aliento.


14/10/14

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